sábado, 4 de marzo de 2017



¿Vivir bien, o vivir más?
Mejor morir a los 80 que vivir hasta los 100 sin martinis
Frank Bruni*

Ensayo aparecido en el Reforma del sábado 15 de abril de 2006; en su selección semanal de artículos del The New York Times.

Ya que todos necesitábamos otra serie de reglas que seguir, ya que aún no habíamos sido suficientemente bombardeados con dictados sobre los colores de las frutas y verduras que debemos comer y el consumo ideal de alcohol y la frecuencia óptima del ejercicio de bajo impacto, la Revista de la Asociación Médica Estadounidense recientemente se dio a la tarea de decirnos que una seria restricción calórica podría servir mejor al propósito de la búsqueda de una vida larga y libre de enfermedades.
El número de calorías en las dietas diarias de algunos participantes en este estudio más reciente era, impresionantemente, 890. Se podría considerar un objetivo útil, salvo por el hecho de que es tan absurdamente inalcanzable, en profesiones que no sean el modelaje, que no hay nada de útil en ello.
También resulta difícil entender qué sentido tiene. Si vivir hasta los 99 años significa comer para siempre pequeñas porciones de filete, renunciar a las papas asadas y guardar la coctelera de los martinis, entonces 85 suena muchísimo mejor, y eso yo lo bajaría hasta los 79 para conservar el helado, junto con unos cuantos dejos de espontaneidad. Es cuestión de prioridades.
¿Realmente queremos el mayor número de años que podamos obtener, sin importar cómo los obtengamos? ¿En qué punto se convierte la búsqueda de una vida prolongada -búsqueda que gira sobre la debatible suposición que el hábito puede ser más listo que la herencia, sin mencionar la suerte- en lo único que ocupa una vida? ¿Es tan importante la longevidad?
Los científicos y los doctores en medicina sin duda están obsesionados con ello. Trazan un tedioso camino de placeres asiduamente racionados y rituales firmemente mantenidos. Reduzca la cafeína. Deténgase después de una copa y media de vino tinto. Conviértase en enemigo de la carne roja. Haga amigos al limpiarse los dientes con seda dental -que resulta que puede tener beneficios que van más allá de una higiene dental admirable y llegan hasta la prevención de la enfermedad cardiaca y la diabetes.
Mes tras mes trae estudio tras estudio, y lo único más confuso que seguir la pista de toda la información es solucionar las contradicciones que parece contener.
Allí tiene cuestión del peso. En abril del año pasado, un estudio también publicado en la Revista de la Asociación Médica Estadounidense demostró una correlación entre estar muy delgado y un mayor riesgo de muerte.
No soy experto en metabolismo, pero apuesto a que la dieta de 890 calorías al día seguida por algunos participantes en el nuevo estudio llevaría, con el tiempo, a una condición que se parece horrores a la delgadez extrema. Entonces, ¿qué debo desayunar? ¿Una taza de yogurt bajo en grasas o un bagel salado con queso crema?
Después de años de ser educados en las virtudes trascendentales de las dietas bajas en grasa, fuimos informados recientemente  -en, adivinó, la Revista de la Asociación Médica Estadounidense- que esa educación pudiera estar equivocada. Un estudio federal de ocho años y 415 millones de dólares de casi 49 mil mujeres encontró que quienes seguían dietas bajas en grasas tenían los mismos índices de cáncer de seno, cáncer de colon y ataques al corazón que las que comían lo que querían.
Así que voy a comerme ese bagel con queso crema, más no simplemente porque un estudio entre muchos me dio luz verde, al menos por ahora. Me lo voy a comer porque me hace feliz, cosa que tiene que contar en algo.
E incluso si el nuevo estudio está equivocado y los viejos estudios tenían razón y el queso crema me roba algo de tiempo hacia el final de mis días, quizá no tenga suficiente dinero en mi jubilación para llegar hasta el final y, definitivamente, no cuento con que el sistema del Seguro Social de Estados Unidos me vaya a ayudar.
Con lo cual surgen preocupaciones adicionales. ¿Qué sucede con todos, como sociedad, si los 100 años se convierten en los nuevos 80 años? ¿Todavía estarán ahí para nosotros los fondos de pensión? ¿Y las prestaciones de los medicamentos de receta?
Cada uno de nosotros puede prepararse individualmente al ahorrar dinero en lugar de gastarlo en vacaciones hedonistas, al hacer ejercicio fielmente para que nuestros miembros se mantengan tan ágiles como restirados nuestros rostros. Pero, ¿acaso no importa tanto la calidad de nuestros días como la cantidad?
Mientras reflexionaba sobre la cuestión, repasé algunos obituarios.
Richard Burton murió a los 58 años -sin duda menos años de lo que él o cualquier otro querría- pero ¿no fue la suya una vida que en muchos aspectos vale la pena de ser envidiada, con o sin Elizabeth Taylor?
Strom Thurmond, senador de EU con décadas de servicio, murió a los 100 años. "En esos últimos años", de acuerdo con el obituario por Adam Clymer en el periódico The New York Times, "sus asistentes tenían que ayudarlo a subir al piso del Senado y también le decían, con voces audibles en la galería del Senado, cómo votar".
Por supuesto, ninguno de los dos hombres lo planeó de esa manera, y ésa quizá sea la lección más importante de todas. No podemos predecir realmente el mañana. No podemos garantizar su llegada con un número específico de calorías o un determinado número de horas dedicadas al sueño, con miligramos de chocolate oscuro o gramos de fibra. Pero con frecuencia podemos determinar la cantidad de alegría que podemos extraerle al hoy.
También repasé un libro de citas e inmediatamente encontré este proverbio: "vive mucho quien vive bien". No creo que esas últimas dos palabras se refieran en realidad a los arándanos, el brócoli y el té verde. Y no estoy seguro que las primeras dos se refieran a algo tan literal y prosaico como un conteo de los años.
 *Frank Bruni es el crítico de restaurantes de The New York Times.