¿Vivir bien, o vivir más?
Mejor morir a los 80 que vivir
hasta los 100 sin martinis
Frank Bruni*
Ensayo aparecido en el Reforma
del sábado 15 de abril de 2006; en su selección semanal de artículos del The
New York Times.
Ya que todos necesitábamos otra serie de reglas que
seguir, ya que aún no habíamos sido suficientemente bombardeados con dictados
sobre los colores de las frutas y verduras que debemos comer y el consumo ideal
de alcohol y la frecuencia óptima del ejercicio de bajo impacto, la Revista de
la Asociación Médica Estadounidense recientemente se dio a la tarea de decirnos
que una seria restricción calórica podría servir mejor al propósito de la
búsqueda de una vida larga y libre de enfermedades.
El número de calorías en las dietas diarias de algunos
participantes en este estudio más reciente era, impresionantemente, 890. Se
podría considerar un objetivo útil, salvo por el hecho de que es tan
absurdamente inalcanzable, en profesiones que no sean el modelaje, que no hay
nada de útil en ello.
También resulta difícil entender qué sentido tiene.
Si vivir hasta los 99 años significa comer para siempre pequeñas porciones de
filete, renunciar a las papas asadas y guardar la coctelera de los martinis,
entonces 85 suena muchísimo mejor, y eso yo lo bajaría hasta los 79 para
conservar el helado, junto con unos cuantos dejos de espontaneidad. Es cuestión
de prioridades.
¿Realmente queremos el mayor número de años que
podamos obtener, sin importar cómo los obtengamos? ¿En qué punto se convierte
la búsqueda de una vida prolongada -búsqueda que gira sobre la debatible
suposición que el hábito puede ser más listo que la herencia, sin mencionar la
suerte- en lo único que ocupa una vida? ¿Es tan importante la longevidad?
Los científicos y los doctores en medicina sin duda
están obsesionados con ello. Trazan un tedioso camino de placeres asiduamente
racionados y rituales firmemente mantenidos. Reduzca la cafeína. Deténgase
después de una copa y media de vino tinto. Conviértase en enemigo de la carne
roja. Haga amigos al limpiarse los dientes con seda dental -que resulta que
puede tener beneficios que van más allá de una higiene dental admirable y
llegan hasta la prevención de la enfermedad cardiaca y la diabetes.
Mes tras mes trae estudio tras estudio, y lo único más
confuso que seguir la pista de toda la información es solucionar las
contradicciones que parece contener.
Allí tiene cuestión del peso. En abril del año
pasado, un estudio también publicado en la Revista de la Asociación Médica
Estadounidense demostró una correlación entre estar muy delgado y un mayor
riesgo de muerte.
No soy experto en metabolismo, pero apuesto a que
la dieta de 890 calorías al día seguida por algunos participantes en el nuevo
estudio llevaría, con el tiempo, a una condición que se parece horrores a la
delgadez extrema. Entonces, ¿qué debo desayunar? ¿Una taza de yogurt bajo en
grasas o un bagel salado con queso crema?
Después de años de ser educados en las virtudes
trascendentales de las dietas bajas en grasa, fuimos informados recientemente -en, adivinó, la Revista de la Asociación
Médica Estadounidense- que esa educación pudiera estar equivocada. Un estudio
federal de ocho años y 415 millones de dólares de casi 49 mil mujeres encontró
que quienes seguían dietas bajas en grasas tenían los mismos índices de cáncer
de seno, cáncer de colon y ataques al corazón que las que comían lo que
querían.
Así que voy a comerme ese bagel con queso crema,
más no simplemente porque un estudio entre muchos me dio luz verde, al menos
por ahora. Me lo voy a comer porque me hace feliz, cosa que tiene que contar en
algo.
E incluso si el nuevo estudio está equivocado y los
viejos estudios tenían razón y el queso crema me roba algo de tiempo hacia el
final de mis días, quizá no tenga suficiente dinero en mi jubilación para
llegar hasta el final y, definitivamente, no cuento con que el sistema del
Seguro Social de Estados Unidos me vaya a ayudar.
Con lo cual surgen preocupaciones adicionales. ¿Qué
sucede con todos, como sociedad, si los 100 años se convierten en los nuevos 80
años? ¿Todavía estarán ahí para nosotros los fondos de pensión? ¿Y las
prestaciones de los medicamentos de receta?
Cada uno de nosotros puede prepararse
individualmente al ahorrar dinero en lugar de gastarlo en vacaciones
hedonistas, al hacer ejercicio fielmente para que nuestros miembros se
mantengan tan ágiles como restirados nuestros rostros. Pero, ¿acaso no importa
tanto la calidad de nuestros días como la cantidad?
Mientras
reflexionaba sobre la cuestión, repasé algunos obituarios.
Richard Burton murió a los 58 años -sin duda menos
años de lo que él o cualquier otro querría- pero ¿no fue la suya una vida que
en muchos aspectos vale la pena de ser envidiada, con o sin Elizabeth Taylor?
Strom Thurmond, senador de EU con décadas de
servicio, murió a los 100 años. "En esos últimos años", de acuerdo
con el obituario por Adam Clymer en el periódico The New York Times, "sus
asistentes tenían que ayudarlo a subir al piso del Senado y también le decían,
con voces audibles en la galería del Senado, cómo votar".
Por supuesto, ninguno de los dos hombres lo planeó
de esa manera, y ésa quizá sea la lección más importante de todas. No podemos
predecir realmente el mañana. No podemos garantizar su llegada con un número
específico de calorías o un determinado número de horas dedicadas al sueño, con
miligramos de chocolate oscuro o gramos de fibra. Pero con frecuencia podemos
determinar la cantidad de alegría que podemos extraerle al hoy.
También
repasé un libro de citas e inmediatamente encontré este proverbio: "vive
mucho quien vive bien". No creo que esas últimas dos palabras se refieran
en realidad a los arándanos, el brócoli y el té verde. Y no estoy seguro que
las primeras dos se refieran a algo tan literal y prosaico como un conteo de
los años.
*Frank Bruni es el crítico
de restaurantes de The New York Times.